Con dos millones de copias vendidas a la semana de aparecer en el mercado anglosajón, "El símbolo perdido" ratifica a Dan Brown en la cima de popularidad a la que le aupó "El código Da Vinci".
Nada más comenzar su última y millonaria peripecia -aunque antes de descubrir que un símbolo se ha extraviado y que para variar le tocará encontrarlo-, Robert Langdon llega al aeropuerto de Washington y es reconocido por una azafata de tierra. "La culpa es suya", le dice ella más o menos, "por ir con el mismo uniforme que en la solapa de sus libros". Momento en que el único profesor de Simbología que hay en Harvard (y de paso en el resto del mundo, ya que tal disciplina no existe per se) repasa rápidamente su vestuario: jersey de cuello alto, chaqueta de tweed, pantalones caquis, mocasines. Y, mientras lo hace, por mucho que hayamos visionado las dos películas hasta la fecha protagonizadas por el personaje y subconscientemente asociemos su presencia física a la de Tom Hanks, a quien de verdad nos remite nuestra imaginación lectora es a Dan Brown.
¿Es la versión pedantilla de Indiana Jones una suerte de proyección de la personalidad de su creador? Pruebas varias (y tirando a evidentes) de la acusación: Brown, como Langdon, se formó en la Philips Exeter Academy, que alguien ha descrito por ahí como "la versión norteamericana de Eton" (el colegio donde se forma la intelligentsia del Reino Unido); Brown, como Langdon, es un freak de los enigmas, criptogramas, códigos secretos.; Brown, como Langdon, siente devoción por el padre que desde pequeño tuteló tal pasión por el símbolo y el arcano (la citada Philips Exeter cuenta con un fondo-homenaje a Richard G. Brown cuyos 2,2 millones de dólares, dedicados a la adquisición de equipos informáticos, fueron donados por el escritor y sus dos hermanos); Brown, como Langdon, gusta de levantarse a las cuatro de la mañana, sea para comenzar la jornada escritora o para hacer un poco de deporte; Brown, como Langdon, saltó a la fama y abrazó la polémica con un libro sobre la a menudo denostada presencia femenina en el ámbito de lo sagrado. Y, last but not least, Brown, como Langdon, debe buena parte de su éxito a su compañera de reparto (una en el caso del escritor, tres heroínas de armas tomar en lo que al personaje respecta). Pero ésa es una historia que vale la pena contar desde el principio
El nuevo Billy Joel?
Hijo de un reputado profesor de matemáticas y de una organista (nótese, pues, la temprana presencia de lenguajes no verbales en su formación), Dan Brown tardó en decidir si era de su papá o de su mamá. Durante la escuela fue niño de coro. A su paso por el Amherst College, en cambio, compartió clases de escritura creativa con el mismísimo David Foster Wallace. Y su año de estudios en Sevilla merece un empate técnico: si bien se enamoró del curso de Historia del Arte que allí tomaba, también se inició en el mundo de las sevillanas (existe ahí fuera una fotografía en la que se lo ve gloriosamente rodeado de flamencas).
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